EL RE-ENCUENTRO
Fumaba sentado en la mecedora del porche cuando escuché con nitidez que el aire silbaba mi nombre. Me quedé perplejo, sin mover un solo músculo, mientras se me erizaban los bellos del brazo. De pronto se apagó mi cigarrillo. Pensé que los fantasmas del pasado encontraron mi rastro. Miré con cierto temor a los costados. Mis pupilas dilatadas atravesaron la oscuridad de la noche, y escudriñaron los alrededores. No había nada anormal. Sentía el aire cortante como si la hoja de una navaja se deslizara amenazante por mi piel. Spot se puso a ladrar sin detenerse hasta que el aire volvió a ser cálido. Se acercó a mí, mirándome, diciéndome quizá que todo estaba en calma. Acaricié al labrador de Sofía. Me sentí protegido. Permití que me lamiera unos instantes, y después me lo saqué de encima. Prendí un nuevo cigarrillo. La absurda idea de una señal de humo que atrae un espectro. Nada pasó. Spot no emitía un solo aullido o algún gemido. Troné mis dedos. Lo palmeé en el lomo antes de entrar a casa.
Regresé a mi habitación. Sofía estaba completamente dormida. Ni se inmutó cuando encendí la computadora. Empezaba a relacionar los sucesos. El domingo anterior nos encontramos con unos compatriotas, ilegales como lo fui yo hace unos años. La conversación fue extensa, y entre tantos temas, hablamos de nuestra época escolar. Me costó. Yo casi no hablaba de ello desde que dejé la escuela. Toda mi secundaria la estudié en Huancayo, y después de eso regresé a Lima. Nunca más volví a la ciudad ni me crucé con mis amigos de la promoción. Es más, apenas cumplí los dieciocho años preparé mi mochila y me fui del país, a deambular por donde quise o donde pude, borrando las huellas de mis movimientos.
La tonadita del sistema operativo terminó. Caramba, ese encuentro casual me volvió a situar en Huancayo. Estaban por cumplirse 25 años que terminé el colegio. Mi nombre en el aire con un sonido añejo, tal vez orbitando la Tierra repetidas veces hasta encontrarme. La pantalla de la computadora indicaba las tres de la mañana. El insomnio me indujo a escribir el nombre de mi escuela, la ciudad, el año de mi promoción, mi propio nombre. Por más que busque no encontraré nada en google, pensé. El buscador no sacó resultado alguno. La noche era larga y el insomnio se apoderó de mí por completo. Empecé a quitar 2
palabras, a teclear unas nuevas. Era mentira que no esperase encontrar nada. Una parte de mí estaba cansada de escapar. Después de unos pocos minutos apareció un vínculo en la lista de resultados. El reencuentro 2008. Casi 25 años atrás dejamos las aulas del colegio… La agrupación Bodas de Plata…Una suerte de sentimientos revueltos estrujaba mi pecho. Era un blog de mi promoción. Tardé unos segundos antes de presionar el botón del mouse. Unas fotos de estudiantes en blanco y negro, y algunas otras a color. El pantalón plomo y la camisa blanca. La insignia bien colocada en el pecho. La humedad de mis recuerdos, desbordándose en el valle de ese paraje en los Andes que se llevó mi adolescencia. Todo me caía de sacudida, como aquellas granizadas que agujereaban las nubes los primeros meses del año, estrellándose contra el pavimento y los transeúntes desprevenidos. El retumbar de los truenos dentro de mí, desencajando mi rostro. Sentía que me asfixiaba en mi habitación y regresé al porche a fumar unos cigarrillos. Caminé por el jardín, perdido en el tiempo, a muchas millas de distancia, sin notar siquiera la presencia de Spot. Alex...Alex... ¿Qué haces afuera tan temprano? Sofía, quien hoy es mi esposa, me trajo de vuelta al presente.
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